jueves, 9 de marzo de 2023

IRIDISCENCIA

Con las luces del crepúsculo y nubes espesas en el cielo, una bolita iridiscente flota en el aire, irradiando calor. Un chico y una chica aparecen en la escena, ambos abrigados escasamente y ella con vestido. Están en un patio poblado de plantas de diferente clase que él ha hecho crecer: beleño blanco, matas de fresas, musgo y hasta una vid por la pared colgando. No es un lugar muy grande pero es acogedor; hay un sapito por ahí escondido que los dos buscan con ánimo. De repente empieza a llover y él se pone apurado bajo el umbral de la puerta que da a la cocina. La chica lo agarra de la mano, ilusionada por las gotas, pero él se resiste. Y, al fondo, la bolita crece y su luz se hace más intensa por momentos mientras la oscuridad se cierne sobre la pareja, convirtiendo el azul del vestido en negro. La luz de la bolita se posa sobre los hombros de la chica y se extiende por la cara externa de los brazos, baja por la columna vertebral, los glúteos y se desliza por las piernas hasta tocar sus pies descalzos. El agua se mete entre su pelo suelto y ella ríe y baila bajo la mirada atenta de su amado, que sonríe al verla feliz color de neón. Brilla como una luciérnaga contra un cielo de algodón, que parece libertad cuando danza y la brisa le acaricia la cara. Consigue arrancar al muchacho de su puesto de su observación y unirlo a su jolgorio durante unos minutos tras los cuales, bañados en lágrimas de cielo, vuelven a la casa y encienden la estufa. Se quedan hipnotizados contemplando las brasas arder; parecen huevos de dragón con grietas que destellan rodeados de carbón. Y así pasan las horas: envueltos en toallas, fundidos en un abrazo en el sofá desvencijado. Despiertan a medianoche iluminados por la bolita de luz del corazón, que alte henchido de un sentimiento cállido y blandito que es haber encontrado hogar en los brazos del otro. Qué milagro que se hayan conocido en medio de la tempestad para ambos tan turbulenta.